domingo, 3 de febrero de 2013

Criminales infames: Ted Bundy

El 16 de Agosto de 1975, un policía de patrulla detenía a un coche que le había resultado sospechoso al salir muy deprisa de donde estaba aparcado. Pero este policía no podía imaginarse que acababa de detener a uno de los asesinos en serie más famoso de la historia: Theodore (Ted) Robert Bundy.

Pero debemos remontarnos a su infancia para conocer el origen de este hombre. 

Bundy nació en Noviembre de 1946 en un hogar para madres solteras de Filadelfia. Louise Cowell, su madre, lo dejó durante varias semanas allí hasta que decidió llevarlo con ella a casa de sus padres. Para todos los vecinos, Ted era un hijo adoptado por su abuelo, un déspota que maltrataba a su hija, aunque se cree que a su nieto lo trataba bien.

A los cuatro años, se muda con su madre a Tacoma y es adoptado por la pareja de su madre, a quien Ted considera basto e inculto. En la escuela era un buen estudiante que no destacaba y que se perdía en fantasías sobre padres famosos.

A partir de los diez años, comienza su andadura delictiva paseando por las noches para intentar ver a mujeres en su dormitorio. Con el tiempo, empezó a tratar de estropear los coches de las estudiantes universitarias para poder quedarse con ellas a solas y comienza a robar en tiendas. Por ahora no se había atrevido a dar el siguiente paso con las mujeres, pero se cree que la ruptura con su novia de la universidad, Stephanie Brooks, fue el trampolín que le hizo caer de nuevo en la espiral delictiva, pero a mayor nivel.

Una noche, vio a una mujer que se iba a la cama y comprobó que la puerta estaba abierta. Se abalanzó sobre ella, pero huyó cuando ésta comenzó a gritar. Pero unos pocos meses después (Enero de 1974), se coló en el dormitorio de una chica  y la golpeó en la cabeza varias veces con una barra de metal, para después violarla con ella. La chica estuvo una semana en coma antes de recuperarse.

Con la próxima víctima sí llevó la fantasía hasta el final. Se coló en una casa de estudiantes y se llevó por la fuerza a Lynda Ann Healy. La introdujo en su coche y se la llevó los montes Taylor (a unos 20km. de Seattle), donde la asesinó. Ella fue la primera de cuatro víctimas que aparecieron en los montes Taylor.

A mediados de 1974, ya había matado a cuatro chicas; en Julio del mismo año violó y asesinó a otras dos, a quienes engañó fingiendo necesitar ayuda por estar con el brazo en cabestrillo.

En Septiembre, se traslada a Salt Lake City y, desde Octubre hasta Enero de 1975, violó y  mató a otras cuatro chicas. Carol Daroth hubiera sido la quinta víctima en esta nueva ciudad si no se hubiera lanzado del coche en marcha de Bundy, habiendo sido engañada por él para subir fingiendo ser policía. Pero ese mismo día, frustrado, mató a otra chica: Debbie Kent. Tras este crimen fue cuando fue detenido pero, en uno de los traslados entre cárceles, consiguió escapar en Colorado, aunque sólo fueron unas horas. Pero meses después, volvió a escapar con terribles consecuencias. 

Ted huyó a Florida y en enero de 1978, tras dos años de privación de libertad, entró en la residencia Chi-Omega y ataca a cuatro mujeres, violándolas y matando a dos de ellas. El deseo era tal que había perdido todo el control que tuvo en los otros crímenes y sodomizó y atacó de una forma mucho más violenta. En una de las víctimas, dejó la prueba que le condenaría: dos mordiscos en la nalga izquierda.

Pero no satisfecho, una hora y media después atacó a otra chica en un hostal, pero tiene que huir porque una amiga avisa a la policía al oír los gritos.

La última víctima de Bundy antes de ser detenido de forma definitiva fue en Febrero de 1978; secuestró y mató a Kimberley Leach, de doce años. Fue encontrada dos meses después, cuando Ted ya había sido detenido.

Durante todo el juicio mantuvo su inocencia y se defendió a sí mismo. Rechazó un trato que le hubiera salvado, pero fue condenado por los crímenes de la Residencia Chi-Omega y por el de Kimberley Leach.. Fue ejecutado el 24 de Enero de 1989 en Florida.

Bundy es un claro ejemplo de asesino psicópata sexual. Para él, sus víctimas no eran personas, sino cosas con las que satisfacer sus deseos. Al principio era un criminal organizado (ya veremos qué es esto en futuras entradas), demostrando que poseía una alta inteligencia pero, una vez detenido, se volvió descuidado y fue lo que provocó que lo atraparan finalmente.

Pues con esto acabo la publicación que os prometí como compensación. Espero que os haya gustado y, si es así, intentaré publicar más.

¡Un saludo!

Referencias bibliográficas:
Garrido, V. y Sobral, J. (2008). La investigación criminal. La psicología aplicada al descubrimiento, captura y condena de los criminales. Barcelona: Nabla Ediciones.

Capítulo 3. El seguimiento de la noticia (Parker)

            El ruido que provocan todos los empleados en la redacción va a hacer que me estalle la cabeza. La noticia del nuevo crimen ha hecho que todo el mundo se ponga a trabajar buscando información sobre el crimen: si hay algún sospechoso, qué pruebas se han encontrado, quiénes están trabajando la investigación… Todo eso, junto a la botella de whisky que me bebí anoche no ayuda a que pueda hacer que este dolor mengüe, así que me levanto para cerrar las cortinas y que así entre menos luz.

            Justo cuando estoy de espaldas a la puerta, ésta se abre y antes de que esa persona hable sé de quién se trata. El olor a perfume de imitación y el ruido de los tacones sobre el suelo de madera la delatan.

            - Buenos días Katherine. Supongo que me traes algo relacionado con el crimen, como todos. – Me doy la vuelta y la miro de arriba a abajo. Viste una falda gris de tubo que le llega hasta las rodillas y una blusa blanca, que deja entrever una parte de lo que más de una vez he soñado con ver y tocar. Cuando le miro a la cara sus ojos me cautivan como cada vez que la miro. Apenas me fijo en que lleva la melena rubia recogida en un moño, o en la tersura de su piel; esos enormes ojos azules hipnotizan a cualquiera. Por un momento me olvido de por qué está allí. - ¿Qué traes?

            - Buenos días Gordon. Traigo un par de fotos del inspector Dusk junto a un desconocido, entrando en la comisaría. – Por como habla, no se ha dado cuenta de cómo la miraba. O simplemente me ignora. – Mira. Las ha tomado un fotógrafo amigo mío esta mañana sobre las diez y cuarto.

            Me coloca tres fotos sobre la mesa y me acerco a mirarlas. En la primera foto aparece un hombre joven, de unos treinta años, delgado y con el pelo engominado hacia atrás, que viste unos vaqueros y un polo. Lo más llamativo son las gafas de pasta que lleva, hace años que ya no se llevan. En otra foto se le ve a él junto con alguien a quien sí conozco: el inspector Oliver Dusk. Como siempre, sale con su expresión hosca y con el siempre presente cigarrillo en la mano. En esta foto se puede apreciar la diferencia entre ambos hombres. Mientras Dusk es bastante grande y fornido, el desconocido es por lo menos una cabeza más bajo y mucho menos robusto. La tercera foto los muestra a ambos entrando en la comisaría.

            - ¿Qué te parecen jefe? – Me pregunta Katherine, mientras se inclina sobre la mesa deleitándome con una gran vista.

            - Están bastante bien. – Realmente ni yo sé sobre qué estoy opinando. – Las quiero en la edición de mañana. Y quiero que te pongas a investigar sobre el otro hombre. Quiero saberlo todo: nombre, edad, trabajo, dónde vive, si tiene perro, si se lleva bien con sus vecinos… Todo lo que pueda servir para saber si es un sospechoso o un testigo.

            - No creo que sea un testigo. Estuve anoche en la escena del crimen desde que llegó la policía y no recuerdo que ningún agente hablará de algún testigo, ni tampoco vi a nadie.

            - Entonces, ¿estás diciendo que crees que es el sospechoso?

            - No. Solamente digo lo que vi. De todas formas no deberíamos precipitarnos. Llamaré a mi contacto en la policía e intentaré que me cuente todo lo que sepa sobre este tipo.

            - Está bien. Ve y haz tus llamadas. Tengo mucho trabajo que hacer.

            - Vale. Hasta luego jefe. – Dice mientras se marcha cerrando la puerta tras ella. El olor de su perfume se queda durante un rato en el despacho, hasta que resulta empalagoso. Cojo el teléfono y marco un número al que ya he llamado muchas veces.

            - Hola. Buenos días. Soy Gordon Parker. ¿Podría hablar con Alex King?