Son las ocho cuarenta y dos de la mañana
cuando empieza a sonar el teléfono. Me incorporo de la cama y me tapo la cara
para evitar la claridad que me molesta en los ojos. La luz del Sol entra por el
gran ventanal que ocupa una de las paredes enteras del apartamento. Las vistas
son impresionantes; abarcan todo el distrito financiero de Central City, con
sus enormes rascacielos a las orillas del río Green. El teléfono sigue sonando.
- ¿Quién será el que llama un Sábado a estas horas? – Me levanto de la cama y
voy hasta la cocina, donde dejé el móvil la pasada noche cuando volví del
despacho. El número en la pantalla aparece como oculto. De todas maneras
descuelgo. - ¿Sí? ¿Quién es?
- ¿Es usted el Dr. Thomas Starling? – La voz es grave y quien sea habla lenta y
pausadamente.
- Sí, soy yo. Pero, ¿con quién estoy hablando? – Posiblemente sea un nuevo
cliente. Por desgracia, ahora mismo no tengo ningún hueco libre.
- Soy el inspector Oliver Dusk, de la unidad de homicidios de la comisaría del
distrito nueve. Me gustaría saber si podría venir para colaborar con nosotros
en una investigación.
- ¿Estoy acusado de algo? – Lo primero que pienso es que algún paciente me ha
denunciado por algún motivo.
- No tengo constancia de ninguna denuncia. Le hemos llamado a usted porque es
el único psicólogo especializado en trastornos antisociales de la personalidad
que hay en la ciudad.
- Sí, bueno. Pero ya hace tiempo que no trato a ningún paciente de ese tipo.
Ahora estoy centrado en trastornos del estado de ánimo. - Por un momento me
planteo decir que no estoy interesado pero, por desgracia, la curiosidad y el
morbo me dominan. - De todas maneras, tengo el día libre así que me pasaré para
ayudaros en lo que pueda.
- Muchas gracias Doctor Starling.
- De nada. Hasta luego. – Cuando cuelgo comienzo a
preguntarme qué será lo que quieren que vea. Me doy una ducha rápida, me visto
con unos vaqueros y una camisa azul y cojo mi ordenador portátil. Cuando bajo a
la calle intento parar varios taxis hasta que en el cuarto intento uno se para
y consigo subirme.
Tras indicarle el destino, en unos quince minutos llego a la comisaría. El
edificio es un conjunto de estructuras cuadradas y rectangulares de cemento
pintadas de blanco. La estructura central es un rectángulo con una puerta doble
automática de cristal. Parece que ha sido construida hace poco tiempo. Aunque
se ven personas y agentes entrando y saliendo, todo está tranquilo. Le pago al
taxista y me dirijo hacia la entrada.
«Espero no arrepentirme de esto» - Es lo último que pienso antes de entrar
en la comisaría.
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